pinocchio-4687564_640

¿QUE DEBO GUARDAR EN MI VIDA?

¿QUE DEBO GUARDAR EN MI VIDA?
Hace muchos años, cuando tenía 16 cumplidos y llevaba algo más de un año fugado de casa de mis padres, ya que nunca la consideré mí casa. En Madrid, había conocido a un anciano llamado José, que para mí fue tutor, amigo, abuelo, padre, madre, confesor, guía y mucho más.
Me acogió en un cuarto de su humilde piso, y comenzó a enseñarme la vida. Él era capitán retirado de la República vencida y derrocada, y no acepto entrar en el bando de los Nacionales, alegando problemas de salud, que ciertamente tenía. Vivía de una exigua renta, de la cual separaba dos partes para hacerlas llegar a sus hijas, que aunque no lo trataban, ya que al considerarlo pobre y marginado de la sociedad que ellas frecuentaban, y aleccionadas por su madre, hacían lo posible por no verlo ni saber de él.
Ciertamente pasábamos necesidades, a pesar de reducir al mínimo nuestros gastos. Yo ayudaba con lo que podía ganar en trabajos esporádicos. No sin el enfado y regaño de José que no quería admitirme la cooperación económica. Rara vez faltaba una comida en la mesa, aunque en ocasiones fuera pan y leche. Pero no importaba, y si alguien más necesitado llegaba, era cuestión de poner un plato más en la mesa. Poco a poco, ese piso, se fue convirtiendo en HOGAR de desheredados, y a él acudía el que tenía hambre, frío o necesidades perentorias. Lo que había, era repartido con mesura y ecuanimidad.
Manteníamos largas charlas, en las cuales le preguntaba y me enseñaba de todo, con la absoluta certeza de que siempre me decía la verdad, con una delicadeza exquisita para no ofenderme, con ejemplos para que comprendiera y con la honestidad de un hombre cabal donde los hubiera. Estudiado, culto, ávido lector, experto en sobrevivir en una guerra fratricida intentando causar el menor daño posible, y ser humano admirable querido por cualquiera que le conociera.
En una de esas largas charlas de día festivo, sin quehaceres ni entretenimientos, se me ocurrió preguntarle:
─José. ¿Qué debo guardar en mi vida?
Y sin pensarlo un momento, me contestó ─Hijo, hay muchas cosas que debes guardar, pero que no podrás hacerlo. La vida, tu vida y la mía, son solo este instante. El que pasó se perdió y nunca volverás a vivirlo. El que viene no ha llegado y no sabes si vendrá. De este instante, solamente el recuerdo puedes guardar, y en el tiempo, seguro lo olvidaras. Pero si puedes guardar lo que acabas de aprender, acrecentar tu honradez, aprender a ser sincero, a respetar otras gentes, a no ofender con palabras, a veces estar silente aunque te queme en el alma. A respetar otras vidas, pues valen como la tuya. A tratar los demás seres como si de ti se tratara, pues son iguales que tu aunque tengan otra cara, otras costumbres o leyes. Eso se aprende y se guarda, como granitos de arena que metes en una caja.
Me sorprendió su respuesta, y me lo notó en la cara. Me miró con su sonrisa que iluminaba su cara. Y me dijo ─ ¿Qué esperabas? ¿Qué te dijera dinero? ¿Juventud? ¿Belleza? Nada de eso te llevas cuando tu vida se acaba. Nunca eres propietario de nada que disfrutes, todo lo tienes prestado. Por más tiempo o un instante, todo depende del caso. Eres joven, y debes disfrutar de esos instantes de vida, prepararte para una lucha que nunca te dará tregua, pues un instante feliz, o la suma de otros muchos, debes tener por seguro que más tarde o más temprano a uno duro abocará. Deberás de prepárate, estudiar, alimentarte, luchar por sobrevivir y ser un poco mejor. Y eso, se hace a instantes. Ganarás y perderás, pero procura tener el coraje de hacerlo con galanura, sonriendo, y que nadie comprenda que tienes dudas. Haz amigos, nunca muchos, los verdaderos son pocos, elígelos con cuidado, si los contaras a cientos, al final no habrá ninguno. Si los cuentas con los dedos, alguno será un amigo. Procura no hacerles daño a las personas que encuentres, ayuda a aquel que puedas sin pedirle nada a cambio. Las riquezas van y vienen. Y nunca busques dinero, haz tu trabajo perfecto y obtendrás tu recompensa. Mucho te podría decir, pero no vale la pena ampliar lo que te he dicho. Tan solo debo decirte que cuando llegaste al mundo, nada traías contigo, y cuando debas marchar nada tú te llevarás. Se feliz y haz felices, disfruta y haz disfrutar, pero siempre y ante todo actúa con dignidad.
Vicente José Gil Herrera.

Categorías

Otros post

¡Suscríbete!

Contáctame por Whatsapp