LA ANCIANA
De mi libro Mi amigo José.
SEGUNDA PARTE 2/3
Seguimos caminando y llegando a la puerta del Parque del Retiro, vimos a una anciana pequeñita, encorvada, abrigada al parecer con toda la ropa que tenía, pues se le veía inflada como a un muñeco de Michelin, con un pañuelo por la cabeza que anudaba debajo del mentón. Cubierta con una especie de chal de lana negra, lleno de agujeros, unos realizados en su elaboración con punto de agujas, otros causados por el largo uso y los tirones para retornarlo a su sitio cuando se desplazaba. Pedía limosna con una voz casi inaudible, carente de fuerza y brío, y a la vez ininteligible por el efecto de faltarle casi todos los dientes, lo cual se podía apreciar por sus labios y cachetes hundidos me pareció entender ─Una limosna, por el amor de Dios.─ La gente pasaba por su lado vestida de domingo, con niños comiendo chucherías, algunos mayores unos churros o perrunillas, y ninguno se dignaba ni siquiera a mirarla, parecía que no estuviera ahí, o que fuera un fantasma invisible.
José me miró con un gesto inquirente para ver mi respuesta. Yo sabía que me quería decir algo con su mirada penetrante, y aunque no entendía lo que era, presumía que me pedía que actuara, en un modo u otro, pero que tomara una acción. Bien pasar por el lado de la viejita ignorándola, bien acercarnos a ella a darle consuelo en algún modo, y el único modo que se me ocurría, era menguar el poco dinero que llevaba en el bolsillo, y con el que pretendía que tomáramos un café con churros. Y sinceramente, no es que me apeteciera tomarlo, es que lo precisaba. Me había acostado sin cenar y no había desayunado, y todo por la glotonería de comer churros calentitos, recién hechos con ese aroma de masa y aceite frita, y un cafecito caliente que me entonara el cuerpo. Saqué cuentas y no me sobraba un solo céntimo del precio del desayuno. Esta vez, José me miró con mayor insistencia, a la vez que dijo:
- ─¿Qué quieres hacer?
V─ ¡No lo se! Llevo un ratito pensando y no me decido. Si le doy algo no nos llega para el desayuno, y tengo hambre. Si no le doy, creo que sentiré un vacío en el estómago por mi falta de caridad.
- ─Primero: ¿Quién crees que lo necesita más, tú o ella? Segundo: ¿Qué crees que te causará mayor desazón, el hambre o la conciencia? Tercero: ¿Has oído hablar del término medio? ¿No puedes darle una parte y conservar otra?
- ─Tienes razón. Me dolería más la conciencia y por más tiempo. Y puedo darle la parte del dinero del café y conservar la de los churros, al fin y al cabo los churros matarán el hambre, y tú me has enseñado a compartir.
Hice amago de ir hacia la ancianita, y José me retuvo del brazo.
- ─No tienes que darle una limosna, tienes que compartir lo poco que tienes. Ni a un perro se le echa la comida, hay que dársela con cariño y dignidad. Separa lo que vayas a darle y acerquémonos. Caminamos con paso de paseo hacia la señora, y al llegar, José comenzó a entablar conversación con ella.
- ─Buenos días señora. Un día muy frio para estar aquí a la intemperie.
─Y que usted lo diga. Pero soy viuda y no tengo familia, desde que murió mi Fernando, estuve fregando escaleras y haciendo mandados, pero ya las fuerzas no me acompañan y tengo que vivir de la caridad.
- ─Yo no la llamaría caridad, es compartir algo de lo que tenemos, para que todos podamos cubrir nuestras necesidades.
Continuará