TORMENTA
Noche negra y de tormenta, que con truenos y relámpagos me trae malos presagios disfrazados de recuerdos de otras noches borrascosas. Acuden como tropel a mi mente pesarosa los recuerdos de otras noches turbulentas. Un recuerdo que atormenta mis pensamientos, fue una noche que había ido a visitar una tribu indígena del Orinoco. Los rayos caían por doquier en el poblado, en los árboles aledaños. Los relámpagos iluminaban la noche como luces de neón portentosas. Parecía que fuera de día, el baquiano (guía) que me acompañaba estaba desencajado, tanto que no era capaz de articular palabra y mucho menos de traducir los que los nativos decían. Yo estaba abrumado de esas sensaciones nuevas. No puedo negar que tenía temor, pero no pánico. Solo se muere una vez y esa era una forma rápida. No sé si indolora, pero rápida seguro. Árboles inmensos se derrumbaban al ser alcanzados, así que yo, un ser mínimo, indefenso y enano ante tanta magnitud, no debería resistir ni un segundo en caso de ser alcanzado.
Estaba en esas elucubraciones, mientras miraba hacia el cielo, que lleno de nubarrones me parecía indicar que la fiesta era para rato. Los árboles como fantasmas danzantes por efecto de la luz cambiante del zigzagueo de los relámpagos, las chozas parecían cambiar de sitio y forma, todo parecía moverse. Y en eso, sentí una manita pequeña que me agarraba de un dedo, y con suma delicadez iba tirando de mí al medio del descampado del centro de aquel poblado. Allá estaban los indígenas, y entonces es que comprendí. No había árboles, ni chozas, ni nada que se elevara y que atrajera los rayos. Me arrodille, y bese a la pequeña en su linda cabecita, en su negra cabellera. Me sonrió y me dejó.
Me senté el suelo de tierra pisada, sin importarme que estuviera encharcada por el agua. No lo hice por temor a ser el más alto del grupo, que en realidad lo era. Fue una acción mecánica mientras pensaba en mi pasado reciente, tormentoso, con borrascas sentimentales inmensas, que volvían mi alma en una pesarosa carga, mientras nublaban mi mente. Recuerdos en tropel de una ruptura de amor de la que intentaba huir, sin darme cuenta que la llevaba conmigo.
Cuando descampó la tormenta, mi mente estaba ofuscada sin poder distinguir cual era más fuerte, si la interior, o aquella que había vivido en medio de aquel poblado.
Vicente José Gil Herrera.