No hay poeta romántico que no haya dedicado al menos decenas de poesías a la Luna. Ese astro que con su influjo mueve hasta las mareas. ¿Y entonces, con esa fuerza, que no hará sobre el minúsculo corazón de un pequeño y perdido poeta? La luz de la Luna despierta la poesía en el alma del poeta, sus rayos de plata hacen soñar en amores imposibles, a ese soñador nato que escribe lo que le dicta su agitado corazón.
LA LUNA ENAMORADA.
La luna quedó esperando
los piropos del poeta,
que en las noches de nostalgia
le confesaba su amor.
Ella esperaba radiante
que aquel diminuto ser,
tan pequeño y tan distante
apareciera otra vez.
La mirara con ternura
nunca exenta de amargura
y con mirada perdida
en lontananza y distancia
le dedicara poesías.
Si le gustaban los versos
encendida se ponía
y todo el que la miraba
Luna llena le decía,
más llena de amor y orgullo
pavonearse quería.
Más si el poeta miraba
unos luceros del cielo
y de ellos se atrevía
a mencionar en poesía,
la luna roja de rabia
el cielo casi encendía,
por ello todos pensaban
que era reflejo del Sol.
Si la poesía en tristeza
o reflexión la sumía
se iba menguando la luna
y casi se nos perdía,
más al lograr enmendarse
pensando que volvería
a escuchar aquel poeta
que cual loco enamorado
de tanto en tanto salía.
Iba creciendo su rostro
hasta que al fin le venía,
y así de nuevo la noche
al día se parecía.