Cuando eres joven, ni por un solo instante piensas que llegará un momento en tu vida, en que serás viejo, ya que consideras que la vida es casi inacabable, casi eterna, o al menos muy larga. Pero a medida que avanzan los años, que se caen como hojas en el otoño, es que comienzas a reflexionar y darte cuenta que tu recorrido avanza inexorablemente hacía un final. Un recorrido, en el que vas adquiriendo experiencias a cambio de dejar jirones del alma en el camino. Como permuta a vivencias de todos los tipos, alegres, tristes, hermosas o terribles, pero que te enseñan a apreciar cada instante de la vida. De una vida, que en realidad es corta cuando quieres aprender y mejorar. Aunque a veces, según las situaciones, no te habría importado dejarla sin llegar a la meta.
SE VA MURIENDO LA TARDE
El poeta meditó.
El sol de la media tarde
acariciaba su piel.
Y reflexivo en silencio
comprendió que ya el ocaso
se le aproximaba al Sol.
Pensó en su vida, despacio,
en la premura del tiempo,
y al día la comparó.
Él era el sol que al ocaso
iba llegando en su vida.
No tenía la dulzura
que lleva el amanecer,
ni la bravura y ardor
que al medio día da el Sol.
Aún conservaba calor,
quizás tibio y perezoso
pero algo de calor,
y en camino hacia el ocaso
había vivido tanto,
claros días, nubarrones,
primaveras y veranos
los inviernos y los otoños,
y a cambio de tanto andar
que dejara en el camino
fue llegando la experiencia
el aprender la belleza
y degustar las tristezas.
Más que corto resultaba
el recorrido del día
al ver que se va acercando
poco a poco el ocaso,
con lo largo que parece
cuando aún eres tan joven.
Más como el Sol, cuando muera,
habré cubierto mi meta.
Para bien o para mal
ya fue hecha mi andadura.
Vicente José Gil Herrera