¿CALMA O TORMENTA?
Hoy, me senté en la terraza y me puse a contemplar el mar. Estábamos tranquilos, él y yo. Sus suaves ondas azuladas, con adornos iridiscentes reflejados de un sol tímido pero brillante, me llenaban de paz. Pero aun así, se podía apreciar su fuerza, reflejada en algunas corolas de espuma que adornaban las crestas de sus ínfimas olas, y como no, en ese rumor sordo que parece decirte “Ten cuidado conmigo, soy amable pero bravo”. Me sonreí pensando cuanta gente se equivocó con él y conmigo. Hay quien se equivoca al confundir la amabilidad con la falta de carácter, la suavidad con mansedumbre, la educación con el miedo, la prudencia con cobardía, y fenecen en la inmensidad del Mediterráneo, o en el diálogo consecuente.
Seguí mirando al mar, con pequeños veleros insignificantes pero bellos, navegando en él. Y me sentí pequeño, intranscendente ante una naturaleza inmensa, y rodeado por ella, el mar inmenso, apacible pero bravo como toro de lidia, me hacía llegar su aroma a sal, bruma y agua; el aire suave y cariñoso que me estaba acariciando casi con ternura, transportando perfumes y sonidos que nacían en la distancia y me envolvían; el sol que a pesar de estar tímido me entregaba un calor agradable que hacía revivir a mi cuerpo cansado por los años; algunas nubes que como algodón ingrávido se desplazan cual veleros sin un rumbo cierto incitándome a ir con ellas a algún lugar distante y remoto; la vegetación que me entregaba sus rumor y fragancia antes las oscilaciones de la leve brisa que la agitaba con mimo. Y yo, pequeño, indefenso, admirado y anonadado observando su grandeza. Pero me sentía bien. La naturaleza no estaba enfadada conmigo y se comportaba amablemente. No por el hecho de que la respeto, solo porqué hoy era así. A veces eso me ocurre a mí, soy amable con cualquiera, aunque no se lo merezca, y en otras, cuando la tormenta se agita en mi interior, nadie puede hallar la paz en mí.