Hoy en Barcelona, a 23 de noviembre del nefasto 2020, desde la ventana de mi despacho, miro y me parece ser primavera, las buganvillas están en flor; el limonero cuajado de limones a punto de madurar, pero a la vez repleto de flores blancas que anuncian otra u otras camadas de frutos; las enredaderas rebosantes de flores; las palmeras llenas de dátiles casi maduros; los árboles que habían comenzado a desvestirse de sus hojas, como por un mandato superior han detenido su destape; el cielo se encuentra casi despejado con un azul claro brillante e intenso, aunque al acercarse en el horizonte al mar, parece tornarse blanquecino, pues en la lejanía debe haber algún retazo de suave niebla; el sol brillante me hace saber que por algo se le llama el astro rey, y me obliga esquivar su mirada, sometiéndome como súbdito de sus rayos dorados, y aportando un ambiente tímidamente cálido, su luz entra por los amplios ventanales, y a pesar de las cortinas, inunda con su fulgor la estancia. El mar, azul, en completa calma, parece murmurar una conversación queda con el cielo, no sé si criticando o alabando al sol por su altanería o su participación en la vida del planeta. A no ser que sé la fecha que es, podría jurar que estamos en plena primavera. Pero estamos en otoño, un otoño que se ha dejado llevar por un loco clima que engaña a la vegetación, y porque no reconocerlo, a nosotros los seres humanos.
Reflexiono, y encuentro un paralelismo con mi vida. Estoy en mi otoño, y tomé la decisión de sacar a la luz, decenas de libros que tengo guardados, miles de poesías, centenares de cuentos y relatos cortos. Los he guardado solo para mí durante décadas, almacenados en carpetas, cajones y memorias de computadoras. Fui un avaro de esos tesoros de mi alma que solo escribía para mí, como una válvula de descarga de mis alegrías, penas y cuitas. Pensamientos que pasando por el alma, afloraban a mis manos para dar sus frutos en escritos de sentimientos tan íntimos que nunca me atrevía a compartir. ¡Cuántos gozos y risas, momentos dulces y felices, situaciones y sensaciones tristes y dolorosas, lágrima derramadas sobre el papel, toda una vida vivida en el silencio, comunicando únicamente lo imprescindible para ser entendido, que no comprendido, ya que nunca busqué el ungüento de la comprensión! Quizá influido por un adagio de mi abuela materna, que decía – Hijo, no muestres tu alegría, pues la gente envidiosa intentará frustrarla, y aún menos tu tristeza y dolor, ya que los que te aman sufrirán y los que te odian se alegrarán – Pero ahora, en el otoño de mi vida, he decidido sacar todos mis escritos y publicarlos. Puedo jurar, que plasmar algunos de ellos, me han hecho derramar lágrimas y sufrir al revivirlos, y que mi subconsciente ha intentado convencerme de que los mantenga guardados.
Esta es mi primavera en mi otoño. Me siento más vivo, florecen mi alma y mi mente y como de la nada, van saliendo nuevos frutos en forma de pensamientos, sentimientos y recuerdos. ¿Es engañosa mi primavera? Posiblemente lo sea, pero a diferencia de los limones, mis escritos estarán plasmados, pudiendo acceder a ellos quien quiera hacerlo, y mientras alguien los lea estarán vivos. Y si nadie los llega a escrutar, permanecerán en hibernación literaria, pero no se pudrirán. Quien sabe, puede haber un loco que los lea y encima le gusten. Y entonces, mi primavera no habrá llegado en vano y seguirá dando flores en el tiempo.
Vicente José Gil Herrera