SOLEDAD
En una ocasión, miré al cielo y le pregunté: ¿Por qué yo? Nadie me contestó. Reflexioné, y llegué a una conclusión. O no había nadie escuchando, o no le importaba mi desesperación. Fuere lo que fuera, estaba solo. Me atusé el cabello, ordené mi ropa, respiré profundo, y tomé la decisión de luchar a vida o muerte con cualquier cosa que el destino me deparará.
Desde ese momento, la soledad fue mi aliada, mi amiga, mi confidente. Y en los momentos difíciles, en los de tristeza, cerraba mis ojos, miraba a mi interior y encontraba a mi amiga la soledad. Compartía con ella mis cuitas, mis añoranzas, el dolor que a veces inundaba mi alma pesarosa, y sentía un inmenso alivio, algo parecido a la paz. Pero igual hacía con mis gozos, con las alegrías que esporádicamente me llegaban, inundando de ilusión efímera esos momentos.
Hoy, después de tantos años de soledad compartida a hurtadillas con otros seres humanos que pululan en mi derredor, he adquirido una práctica incomparable. Puedo estar hablando con gente, pero siguiendo en mi soledad.
¿Hay un Dios? No lo sé, no lo he visto. Solicite su ayuda en un momento que mi realidad me desbordaba y no tuve su respuesta. Alguien me dijo, que Él solo intervenía en las cosas importantes. Eso me hizo recordar a mis padres, ellos hacían lo mismo. Solo intervenían para zurrarme cuando hacía algo mal. Era lo que ellos consideraban importante para mi educación. Parece que según las religiones, Dios está vigilante para castigarnos, solo para eso. Sinceramente, a mí no me vale. Escapé de mis padres y los veía. A Él no lo veo, no tengo constancia de su existencia, y si llega el día que tenemos que vernos, creo estar cargado de razones para afrontarlo. Yo respeto, no hago daño, ayudo como puedo y soy consecuente con unas normas que me he impuesto. Son sencillas, no hacer a nadie lo que no quiero que me hagan. Y son tan amplías que regulan todos los actos de mi vida. Eso sí, salgo, actúo y retorno a mi refugio de soledad.
¿Egoísmo? No, de ningún modo. Siempre estoy para los demás. En modo irracional, soy como la fiera herida que pone distancia con todos. Aunque mi manera racional me permite convivir, conectar y socializar, con la sola precaución de mantener mi cueva sicológica personal.
¿Triste? No. Gratificante el silencio, el sentirse a salvo con el alma desnuda, pero sin peligro. Es estar en tu paz o en tu guerra, según sea el caso. Pero sea lo que sea, espera y se adapta a mis soluciones.
Las personas dicen ser felices, pero todo momento de alegría viene seguido de un momento de falta de ella, y en el peor de los casos, de uno de tristeza. Si le diéramos valores algebraicos a ambos, siendo pósitos los alegres y negativos los tristes, creo que nos conformaríamos con llegar al final de la vida con un valor cero o ligeramente positivo. Yo simplifiqué. Intento no alegrarme o entristecerme demasiado, manteniendo un valor próximo a cero. Y de esa forma, para los demás quizá parezca insensible, pero para mí, solo soy estable, reaccionando igual en casi todas las ocasiones.
He vivido los bueno y lo malo con el mismo afán. He visto la muerte tan cerca que me he sentido arropado por ella. La saludé y se fue. He sentido la alegría que recorría mis venas en toda la geografía de mi cuerpo, pero no me encariñe, ni me aferré a ella, sabía que era efímera, que se encontraba de paso.
He sentido el amor. Lo he disfrutado y sufrido con la misma intensidad. Al igual que el negro no puede existir o al menos no lo podríamos apreciar si no existiera el blanco. La vida es igual, con su Ley del Yin y el Yang. Nada es totalmente positivo o negativo, todo contiene una parte del otro.
Soy extraño, lo sé. Pero soy. No estoy a merced de las circunstancias. Bebo mi copa, sea dulce o amarga, apurándola hasta la última gota.
Me gusta mi soledad.
Yo he vivido y vivo. Otros deberían pensárselo.
Vicente José Gil Herrera