REFLEXIONES DE UN JUBILADO.
Hoy en tiempo de Coronavirus, desde esta controvertida atalaya que me otorga la vida, el tiempo y el estatus de jubilado. Controvertida, porque para unos representa la meta del final de una trayectoria laboral, para otros comenzar a adentrarse en terreno sin retorno de la edad, y para algunos, un tiempo de añoranza de un pasado que transcurrió con poco o nulo aprovechamiento.
Siempre escucho. Parece que fue ayer. En referencia a una vida que se le ha hecho corta. La mía no. La mía, ha sido larga, fructífera, divertida, entretenida, temeraria, peligrosa, tierna y dura a la vez. He reído y llorado. He temblado de miedo, sintiendo el terror recorrer mis venas, llegando a cada poro de mi cuerpo, a cada vello de mi piel. Mi recorrido ha sido largo, a veces en llano, otras pendientes abajo, pero las más en cuestas casi interminables.
He amado con ternura, locura y desenfreno, he temblado ante y con el amor. Y no una sola vez. Me han enamorado unos ojos, una sonrisa, un cabello, un cuerpo, una forma de caminar, pero sobre todo, una personalidad, una forma de ser, una ternura, una caricia; unas perlas que al mostrarse en labios entreabiertos, me han hecho soñar con el cielo. Hubo quien me dijo que era mujeriego. Yo creo que no. Quizá, el término más apropiado sería enamoradizo. He sido el paseante en un jardín de hermosas flores, que consiguieron cautivarme con sus aromas, sus colores, el cimbreo de sus tallos, esas gotas de rocío, que a similitud de diamantes reflejan iridiscencias que te hacen ver arco iris en el alma. ¿Cómo pasar impasible ante tanta belleza y emoción? No solo me han enamorado las mujeres, también los paisajes; la brisa del verano; la lluvia que en ocasiones ha conseguido llevarse mi atención; los cielos abstractos con retazos del alma surcando su amplitud, por similitud con ese yo interno guardado celosamente; los ríos; los valles; las montañas; una madre entregando su ternura a un pequeño; la risa cantarina, descuidada, inocente de los niños. Sí, creo que soy enamoradizo. Conversando sobre mis divorcios, alguien me dijo una vez ─ ¡Tuviste mala suerte con las mujeres! ─ Yo me sonreí, y le contesté ─ Fueron ellas las que tuvieron mala suerte conmigo. Piensa, el que falló tantas veces, fui yo, no ellas.─
No estoy viejo, solo usado un poco más de la cuenta. Puede ser causa de haber vivido demasiado intensamente, haber apurado cada gota de la copa que me toco beber, aunque sería mejor decir que yo elegí libar. No me arrepiento de ninguna de ellas, las volvería a tomar. Posiblemente con mayor parsimonia, degustando su dulce o amargo, con el fin de recordarlas más intensamente si ello es posible, pues cuando cierro mis ojos, vuelvo a vivir todas y cada una de mis vivencias. No tengo arrugas, son profundas líneas de expresión. No he perdido fuerzas, solo me he acostumbrado a usar más la inteligencia. No he perdido atractivo. Las chicas al verme siguen corriendo, aunque ahora en sentido contrario. Antes era un galán, ahora huelo a galán de noche. Posiblemente por la colonia. Mi espejo me odia, cuando me pongo delante me enseña la foto de uno que no soy yo, es un físico avejentado. Cuando me miro las manos, sé que el viento no se me llevará, parece que este viendo las raíces de una encina, pero sé, que a la vez son tiernas, capaces de acariciar o de aferrarse en el viento. No tengo lagunas de memoria cuando me quiero expresar, es que tengo tantos pensamientos que se atoran unos con otros.
Sé que he amado profunda e intensamente, no sé cuánto me han amado, aunque sí que lo han hecho e incluso lo hacen. Espero que sea por mis valores, porque nunca he usado la cartera para enamorar. En cuanto a gustos, creo que no he cambiado. El Mundo sí. A mí me siguen gustando las mujeres de la misma edad que antes, pero yo a ellas no. Posiblemente son cosas del tiempo. Antes tenía las manos llenas y la cabeza vacía. Ahora es a la inversa. Es difícil conseguir el equilibrio entre ambas cosas. La vida está mal diseñada. Deberíamos nacer viejos y morir niños. Así no meteríamos tantas veces la pata.
Creo, que mis acciones positivas han superado a las negativas. Pero claro, cada uno tendrá su concepto de mí, y lógicamente será el válido para él o ella. Lo que si tengo claro, es que emprendí el camino del último paso de la vida, y no temo su llegada. No sé si lo añoro o lo deseo, si en realidad me importa poco o me importa mucho. Lo que si tengo claro, es que no lo temo, que cuando llegue el momento, saludaré a la Parca con cortesía y me marcharé mansamente con ella. En otras ocasiones ya vino a buscarme y me resistí. Pensaba que aún no era el momento, que todavía me quedaban muchas cosas por hacer. Aun me quedan muchas, pero entiendo que por más que me esfuerce ya no podré hacerlas.
Pero si algo tengo claro, es que he vivido intensamente, que he aprovechado dentro de mis posibilidades todos los momentos que la vida me ofreció, y que tengo merecido el descanso del guerrero.
Vicente J. Gil Herrera.