Atardecer
Hoy, a pesar del fresco que hace al acercarse el anochecer, he decidido ir a la playa. El atardecer era tan hermoso que no me he podido resistir. El cielo tenía tal colorido que me ha absorbido el sentimiento. He llegado a la playa, y me he sentado en un espigón, oyendo la mar susurrar en calma, con ese sonido de bajo tenor, su fuerza y su presencia. Las olas suaves salpican minúsculas gotas al chocar contra las rocas que forman la muralla de protección, y las olas, al golpear se retornan enfrentándose a sus hermanas que vienen hacia ellas. La bahía es de color azul, entre marino y añil dependiendo de lo cerca o lejos que mire, y enmarcada por el marrón claro casi beige de la arena de la playa. Siento humedad en el rostro, y aire de sal en los pulmones. Respiro profundo, mientras en forma imaginaria intento contar las olas que chocan contra los dados de hormigón y miro extasiado la espuma formada en el contacto. Alzo la vista al cielo, y me parece una sinfonía de colores pintados a capricho por un maravilloso pintor loco en plena ebullición, donde se mezclan todos los colores que debía tener en su paleta, desde un fondo azul celeste claro y luminoso por efectos del sol poniente, pasando por añiles, marinos, cobaltos, retazos de nubes blanquecinas hechas girones con reflejos dorados del sol, desgarros de cúmulos de colores grises en distintos tonos hasta llegar casi al negro. Es hermoso ver los jirones repartidos en la más desatinada distribución, como brochazos sin horizonte o destino.
Mi ser parece entrar en sintonía con esa extraña locura y siento desde sensaciones de euforia por la belleza, hasta sentimientos depresivos por la amenazante tormenta que se aproxima. Otra vez la naturaleza me hace sentirme sensible, pequeño y a su merced, jugando con mi alma, como lo hace el viento con la vela de un barco que se han soltado los cabos. Pero es hermoso, no importa mi pequeñez, ni el deseo de integrar el paisaje en mis retinas, solo que estoy vivo, que siento, que gozo y sufro a la vez en una amalgama extraña de sensaciones. ¡Qué difícil describir la belleza! A pesar de vibrar con ella.
Vicente José Gil Herrera