Recuerdos antiguos, ya casi olvidados en un rincón de la memoria, pero que cuando afloran hacen llorar mis ojos y temblar mi corazón. Corta vida de mi amigo, tan solo catorce años. Pero recuerdo su estampa, con el blanco inmaculado de nieves de sierras altas; cuando encorvaba su cuello y maneaba la tierra, ¡qué bello eras caballo! Con tu suave relincho buscabas que demostrara cada día que te amaba. Mi amigo, mi compañero, al que contaba mis cuitas y que siempre me escuchaba.
CABALLO, COMPAÑERO.
Acuden a mi mente
recuerdos de hace muchos años.
Era una noche clara
aun no despuntaba el alba,
y yo me encontraba en el campo
y al amor de los rescoldos
de la lumbre de la noche,
un puchero de café
parecíame llamarme la atención,
le quité la tapa
y con las pinzas tomé una brasa,
la sacudí con fuerza
y cuando quedara roja,
la sumergí en el café,
así, calentado y con sabor
aún con fuego apagado,
lo tomé sin premura.
Salí al campo sintiendo la brisa,
fuerte y fresca a esa hora
parecía dotarme de vida,
caminé hasta las cuadras
y allí, un caballo hispanoárabe,
golpeaba con nervios mal disimulados
el piso de la cuadra con sus cascos.
Me acerqué despacio, hablándole,
con palabras que un extraño
hubiera creído una declaración de amor,
acaricie su frente, y con sumo cuidado
peiné su crin con mis dedos,
el frotaba su morro en mi pecho,
palmee su fuerte lomo,
con palmadas cariñosa
como las que se dan a un hijo,
él relinchó con un amor
que yo solo podía sentir.
Lo desaté y ensillé con cuidado,
con el cuidado y esmero
que se enjaeza un caballo
que va a lucirse en paseo,
caracolea coqueto sabiendo
que está tan bello.
Poniendo el pie en el estribo
le voy cargando mi peso,
con suavidad, sin violencia,
pues con él me sobra el tiempo.
Lo encaro frente al camino
y le digo que camine,
pero lo hago muy quedo.
El alba que ya se asoma
con timidez de una novia,
nos deja ver el camino,
y por doquier que yo miro
me encuentro que existe un mar
todo plantares y olivos,
desde la falda de la sierra,
desde el valle a las gargantas,
desde el cielo a la tierra,
y así comienza el paseo,
caminando por las sendas,
galopando por los caminos,
al trote cuando los llanos
o trepando por las sierras.
Y cuando llega la noche
retornamos tan cansados
que luego echado en el catre
me pegunto ¿Cuántos olivos?
y yo solo me contesto
muchos menos que aceitunas.