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EL PERRO INTERIOR.

Muchas personas se suelen equivocar al tratar a otras de carácter suave, como si en realidad fueran carentes de carácter. Pero hay veces que se encuentran con una respuesta que ellos mismos sin darse cuenta han ido buscando.

EL PERRO INTERIOR.

Era un perro callejero,
obedecía a cualquiera,
todo aquel que lo llamaba
lo sentía que llegaba
con el paso presuroso
y meneando la cola.
Por humilde y cariñoso
por dócil y por amistoso
algunos lo despreciaban,
pensaban que era un chucho,
que no tenía ni casta,
no se sabía su raza,
e incluso nunca ladraba.
Obedecía regaños
y agachando sus orejas
con tristeza se alejaba,
el rabo entre las patas
que la gente interpretaba
como temor a los gritos.
Escuchaba si le hablaban,
comía cuando le daban,
y presuroso acudía
a cualquiera que llamara,
era el chucho del barrio,
nadie lo echaba de menos,
nadie lo echaba de más,
era parte del paisaje
y en algunas ocasiones
alguien llegaba a acordarse
de que el andaba por ahí.
Recibía las caricias
y meneaba su cola,
recibía los regaños
y agachaba sus orejas,
también recibió algún palo
y solo dejó su queja.
Pero un día ya cansado
de soportar los castigos,
de recibir mil maltratos
a cambio  de su amistad,
clavo sus patas al suelo,
alzo orgulloso su cuello,
subió su hocico hacia el cielo
y enseñando sus colmillos,
con una voz ignorada
hizo saber a la gente
que tenía un corazón,
que era un perro, no un juguete,
que tenía sentimientos,
y que sentía el dolor.
Algunos que se asustaron
dejaron de golpearlo,
otros que lo comprendieron
comienzan a valorarlo,
ya no es parte del paisaje
se trata de su guardián,
ya no es juego de maltratos
por qué se sabe cuidar.
Y es que hay veces que en la vida,
si no ocupas tu lugar
la gente sin comprenderlo
se tiende a equivocar.

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