ENSOÑACIÓN DE UN LOCO
Recuerdo una noche. Nunca la olvidaré. El día había sido sumamente caluroso y el atardecer era casi plomizo. El Sol parecía negarse a esconderse en el horizonte, y en sus últimos coletazos pretendiendo ser dueño del día, reflejaba sus rayos en el firmamento. Un cielo azul con trazas desgarradas de nubes que cruzaban raudas los cielos, como si estuvieran huyendo de luminiscencias asesinas que deformaban su esencia al teñirlas de un color ajeno, tonos tornasolados que iban desde el oro reluciente, pasando por bronces de diversos tonos, rojizos variopintos a colores fuegos variados, volviendo los cúmulos acuosos en un cuadro pintoresco pintado por un Rubens delirante y al intentar describirlo, las palabras se fugaban de mi mente tendiendo a describir el Infierno de Dante. Tal era mi desvarío ante tamaña belleza rebosante de contrasentidos, que renuncié a describirlo en mi mente y opte por conservar una fotografía mental en el palacio de mi memoria, donde se encuentra a salvo por los tiempos.
Impotente ante tanta belleza, opté por meterme bajo la regadera de agua fresca, dejándola correr durante largos minutos, que parecieron volver mi espesa mente más liviana. Disfrutaba sintiendo deslizarse los regueros de agua fresca sobre mi piel ardiente, y parecía que esos pequeños meandros formados por la ducha arrastraran consigo los pensamientos negativos y pesares, si es que alguno había, ya que fue tan purificadora que no llegue a comprender si se los había llevado el agua o simplemente no los tenía.
Me sequé con parsimonia fruto de la enajenación de mi momento terrestre, sintiendo la toalla rasposa que parecía la encargada de no solo secar mi cuerpo, sino de barrer las ideas arrastradas y muertas en la riada producida por la extensa ducha. Decliné mentalmente la idea de cenar, abrí la ventana del cuarto y me dispuse a descansar. Con el cuerpo fresco y la ligera brisa que se formaba al tener la venta y la puerta del dormitorio abiertas, me quedé profundamente dormido en breves instantes.
Comencé a soñar incluso antes de estar totalmente dormido. Corría por un hermoso prado verde cuajado de margaritas, amapolas, paniqueso y otras preciosas flores que bordeaban el estrecho sendero, persiguiendo a una bellísima y etérea dama. Conseguía alcanzarla y abrazarla a pesar de no tener cuerpo físico. Sentía su piel sin que la tuviera, veía sus profundos ojos donde no estaban, sus besos me hacían estremecer a pesar de no existir sus labios, sus pensamientos y sentimientos penetraban en mi cerebro haciendo que gozara de un éxtasis inigualable, su cabello flagelaba dulcemente mi alma. El Mundo no existía, pero era bello, intangible, sin características fijas, ya que iba cambiando a la par de mis sentimientos, de mi pasión desbocada y demente. El aire atravesaba mi piel entrando por cada uno de los poros, impregnado de los sentimientos y sensaciones de mi etérea dama amada. Mis dedos sentían sus inexistentes poros arrancando jadeos y quejas nunca pronunciadas. Sentía que mi vida se escapaba en pos de un reflejo de mujer que solo podía existir en mi febril inconsciente. Reía y lloraba a la vez, me dejaba amar pasivamente y al unísono era incapaz de parar de amarla.
De pronto, algo terrible sucedió…, sonó el despertador. Intente apagarlo aferrándome a mi sueño, pero todo fue en vano. Me desperté, sintiéndome huérfano de sentimientos y sensaciones, como al pez que lo sacan del agua y siente que sin poderlo remediar se le va la vida. Mi cama estaba empapada de sudor, tenía la piel fría como el hielo y mi mente vagaba por espacios indefinidos.
Vicente José Gil Herrera