LA GATA.
Bueno Parroquianos, os voy a contar la historia de una Gata extraña, al menos para mí.
Era un día de invierno al atardecer, de esos anocheceres claros que a veces se producen en el invierno a la orilla del Mediterráneo. Lugar un chalet con una amplia parcela, rodeado de decenas de otros chalets. Casas grandes con jardines, con multitud de plantas ornamentales, árboles, arbustos palmeras, y como ocurre en estas viviendas, con una leñera para poder alimentar la chimenea. Este lugar, se comportaba y aun lo hace, como un restaurante para gatos asilvestrados, a los cuales se les llenan sus platos tres veces al día, y los comensales acuden cuando quieren. El número varía sustancialmente, desde tres, hasta once contados, que algunos no contados por estar más salvajes, llegan a altas horas de la noche para no ser vistos, aunque ello comporte encontrarse con algún erizo montuno que llega a cenar.
Pues bien, como decía era un anochecer claro, y al servir la cena, el propietario vio que como surgida de la nada salía una cosita. Era una gatita, de máximo dos semanas, que o bien había sido parida en la leñera, o de algún modo se había enterado que allí había comida. Era asustadiza, esquiva, temerosa y nerviosa, y temía a los otros gatos que pululaban por doquier en el lugar, por lo que realizaba conatos de aproximarse a la comida, pero siempre terminaba huyendo. No abultaría una cuarta, con más cabeza que cuerpo, y eso que el pelo lo tenía erizado de hambre, de esos pelos mal nutridos, carentes de grasa, que parecen más una pelusa que un pelo con cuerpo y solera. Ojos enormes, quizá por el propio susto. El dueño del lugar al verla sintió ternura por ella, y fue a buscar otro recipiente para ponerle de comer. Lo hizo, y se mantuvo alejado, pero próximo para evitar que sus otros congéneres lo tomaran como un plato más. Tuvo que alejarse más y más para que ella se acercara a comer. Así durante casi dos semanas, momento en que se dejó acariciar. Lo siguiente, fue romper con sus propias normas de no querer gatos en casa, comprándole una camita y cobijándola en el calor del hogar. Hubo que hacer las presentaciones con un perro un Golden Retriever, que simplemente la miró con curiosidad, mientras que ella le hizo saber que no le caía bien. Bueno, se criaron los dos juntos, y es aquí cuando se desarrolla lo verdaderamente interesante. A mi parecer, la gata padece de un Trastorno de Personalidades Múltiples. Veamos: 1.- “Gata perruna” Cuando ella quiere, la gata acompaña al perro, y si este ladra por algún ruido, ella maúlla a su compás. 2.- “Gata coqueta” En ocasiones, llega hasta el perro contoneándose como modelo de pasarela y al acercarse le pasa el trasero por el hocico. 3.-“Gata femenina” Si el can está comiendo algo que a ella le llama la atención, empieza a rozarse en sus patas y ronronear, hasta que él se retira y le deja el plato. Se acerca lo olisquea y rara vez come nada, pero creo que lo hace por joder. 4.- “Gata boxeadora” llegan grandes machos a comer a los cuales no se acerca, pero si alguno se le ocurre asomar la cabeza para entrar en la casa, le suelta una serie de golpes rápidos y seguidos, que pone en fuga al intruso. 5.- “Gata amorosa” Cuando quiere algo, llega haciendo carantoñas y se deja acariciar amorosamente. 6.- “Gata rebelde” Cuando no quiere nada, si te acercas, se engrincha, saca las uñas y te recibe con un FUUU. 7.- “Gata casquivana” Cuando a ella le apetece, sale coqueteando con todos los comensales con caminar sibilino y posturitas de fémina, haciendo que todos los presentes se pongan a observarla, y eso que está castrada. 8.- “Gata señorona” Cada día sale a pasear, regresa cuando quiere y cada noche duerme en un lugar diferente, en un sillón o una cama distinta, para demostrar que es la señora de la casa.
Bueno. No es todo. Pero sería demasiado largo contarlo.
¿Creéis que tiene un Trastorno de Personalidades Múltiples, o que simplemente todos los gatos son así?
Ya me contaréis. Un abrazo.
Vicente José Gil Herrera