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La generosidad

La generosidad. 

 

Hay quien piensa que para ser generoso hay que tener de sobra, o al menos que no te falte cuando das algo.

 

Sinceramente, la generosidad se lleva en el corazón y el alma.

 

Hace muchos, muchos años, yo me fugué de mi casa contando con 14 años de edad por recibir malos tratos. Llegue a Madrid con 5 pesetas, entrando por la Estación de Atocha, de polizón en un vagón de ganado. Agotado por todo el camino en pie al ir entre vacas. Y aterido de frío al llegar, al salir del calor de los bovinos y enfrentarme a la madrugada sin ropa de abrigo.

 

Me sentí potentado de poder tomar un café y unas magdalenas. A partir de ahí conocí el hambre. Esa que roe las tripas y hace que te sientas débil. Subsistía haciendo recados, descargando en el mercado y otros quehaceres poco pagados. Ahí, un día conocí a Modesto. Padre de 8 hijos, barrendero y bella persona. Era generoso. Me vio y supo que pasaba hambre. Me llamó y sentados en el bordillo de una acera, compartimos su poca comida. No me di cuenta al principio, pero luego sí. Mi ración era mayor que la suya, y esto ocurrió durante más de un mes. Cuando yo conseguía algo de dinero con mi trabajo, compraba alguna cosa, ya que no daba para más y lo compartíamos. Celebramos mi 15 cumpleaños sentados en un banco en el Parque del Retiro, brindando con un sorbo de una botella de vino peleón.

 

Un día, conocí a un anciano que se llamaba José y viendo que dormía en la calle, en trenes en reparación, en ocasiones al abrigo de algún local sin uso, o simplemente en los parques, me ofreció que fuera a compartir una habitación de su casa. No me cobró nada, me regaló enseñanzas, educación, comportamiento ético y moral, y cuando lo precisaba, que era casi siempre sus consejos y ayuda.

 

Los dos eran pobres, pero generosos. Compartían conmigo lo que tenían sin pedir nada a cambio. Y se sentían orgullosos de mí, porque luchaba y trabajaba por conseguir unos céntimos, algunas pesetas que las compartíamos, pero nunca robé y jamás pedí limosna.

 

El hambre y el frío hacen menos daño que la degradación. Aprendí a dar lo poco que tenía, a cuidar de indefensos y necesitados. Y a lo largo de mi vida siempre encontré personas generosas, tantas que sería necesario una enciclopedia para poderlas enunciar.

 

Por eso, he intentado compartir lo que he tenido. En ocasiones bienes materiales y en otras cosas sin valor económico, como el conocimiento, mis obras literarias, una palabra de aliento, un consejo y mi amistad.

 

Vicente José Gil Herrera

 

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