La mayoría de las personas ante un revés de la vida, acuden a alguien de su confianza para compartir sus penas. Yo desde que era un adolescente, me acostumbré a escribirlas en forma de poesía, de prosa o de relato. Pero en algunas ocasiones, eran tantas y tan grandes que me rebosaban y necesitaba expulsarla, a veces solo como una espita que daba salida a esos gases dolorosos, en otras como un grito desgarrador del que se revela a su destino. Pero para ello, buscaba la soledad en un lugar que nadie me pudiera oír, y a veces en voz en grito y otras en forma queda, le contaba al viento, al cielo, a las estrellas o a la luna, aquello que me afligía.
LA LUNA CON MI TRISTEZA.
La otra noche estaba triste.
con el corazón deshecho
y el alma hecha jirones.
Salí para despejarme
de tan intenso dolor.
El cielo estaba estrellado
salpicado de diamantes
que titilaban con luces
del ígneo al azulado.
Miré a la luna y la vi
rutilante en su belleza,
sentí que me sonreía.
Y agachando la cabeza
le comenté mi tristeza.
Noté que iba cambiando
vi en su cara la amargura
al confesar mis secretos.
Esos que llevo guardados
y no comparto con nadie.
Esos que erizan los vellos
y hace jirones el alma.
Esos que arrancan el llanto
y hacen que pierdas la calma.
Ay, luna, lunita luma,
compañera de mis cuitas
tú sabes que te confieso
mis alegrías y penas.
tú sabes guardar secretos
que a mí me rasgan el alma.
No pido de tus consejos,
no me puedes dar caricias,
tan solo ando buscando
lograr descargo del alma
y que tú llores conmigo
las penas que no se calman.