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LA NIEBLA

LA NIEBLA

Ayer al salir a la calle, cubría todo una espesa niebla a nivel del suelo. Era tan densa que no alcanzaba a ver las edificaciones próximas. Y sin saber el porqué, mi mente voló a muchos años atrás, a la Colonia Tovar en Venezuela.

Me había levantado muy temprano, era casi de madrugada. Pero eso no importaba, no había dormido en toda la noche pensando en problemas de mi trabajo y de mi vida sentimental. Mi cabeza se encontraba como embotada, pareciera que los pensamientos tuvieran que salir por un estrecho camino, que al parecer se había atorado, no se si porque las ideas eran muchas y no cabían, y como todas debían de tener prisa no se daban prioridades. Lo cierto, es que las ideas se agolpaban, pero yo no era capaz de discernir. Como a las cuatro de la mañana, tomé la decisión de irme a un lugar que casi no conociera, olvidarme de mis problemas y dejar a mi mente vagar libremente por el paisaje, prestando atención a las pequeñas cosas y así olvidar mis pesares, dando rienda suelta a mis quimeras.

La subida fue larga por la tortuosa carretera, pero no importaba, ya que conducir liberaba mi mente de otros pensamientos. Comenzó a aparecer una niebla liviana, como un tul rasgado en jirones desiguales, que entre medio permitían que los faros del auto iluminaran retazos de zonas verdes del arbolado y los arbustos que bordeaban la calzada. No me afectó, requería mayor concentración y eso me alejaba de mis problemas. Al llegar todo estaba cerrado, era demasiado temprano, y la niebla había caído con un espeso manto blanco mate, que lo envolvía todo. No se veían las pintorescas edificaciones que remedaban a un pueblito de montaña de Alemania. No se escuchaba a sus gentes hablando con la dura pronunciación alemana, lo cual era normal en el lugar por estar habitado por descendientes de emigrados de la segunda guerra mundial.

La niebla, no sé cómo, consiguió entrar en mi cabeza, mezclándose con la marabunta de mis ideas atrancadas, y creando una oscuridad que me sumió en el desconcierto, en una especie de embriaguez mareante en la que nada parecía ser lo que era. Caminé sin rumbo por las calles, al igual que mi mente vagaba errática en mi cerebro. Esperaba un rayo de sol que permitiera ver el camino, mejor dicho los caminos, el que pisaba y el que se ocultaba de mis pensamientos lúcidos.

Horas después, no supe cuántas. Llegó un tenue rayo de luz que conseguía filtrarse entre la espesa niebla que comenzaba a disiparse. Y al ir marchándose la niebla de mi entorno, parecía arrastrar a la de mi cerebro. Lloré en silencio por un amor que acababa de terminar. Maldije por un trabajo realizado sin frutos aparentes. Y de nuevo comenzaron a fluir las ideas. Creo que un poco irracionales y retorcidas, jurando que no me volvería a enamorar, cuando yo sin amor no soy nada. Sería el eterno romántico muerto.

 

Vicente José Gil Herrera.

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