Morriña
Hoy el cielo está claro, con una bóveda alta de color blanquecino proyectada por las nubes que asemejan una niebla distante que permite asomar tímidamente algunos rayos de sol. Mi alma también está encapotada y atravesada por unos rayos de esperanza que se asemejan a los del sol penetrando tímidamente por ese firmamento cubierto. Añoro tiempos pasados, quizá comienzo a sentirme viejo, o tal vez es un sentimiento producido por los fríos del invierno, que sin quererlo me produce achaques en el sentimiento. Los dolores y perturbaciones físicas carecen de importancia, ya me acostumbre a ignorarlos y al final se cansan y me dejan, o simplemente me acostumbro a ellos y pasan desapercibidos. Algo así, como cuando las personas ignoran su entorno, que está ahí, pero aparentemente no tiene presencia en su ser, aunque al final, su propia existencia dependa de ese entorno maltratado por los seres humanos.
Intento deshacerme de esa añoranza pensando en otras cosas, pero ella es persistente, está ahí y creo que no quiere marcharse, me recuerda lo bueno y lo malo vivido en muchos años, y se aferra a mi sentimiento como una enredadera que clava sus raíces en mi alma como si se tratara de un muro de piedra. Pero no soy de piedra, y menos mis sentimientos, ese ser que celosamente guardo para mí, y al que no concedo acceso a nadie. Pero la añoranza, vestida de desesperanza, ha conseguido penetrar y hacerme sentir sensible, raro, sin dominio de mi ser. Me hace sentir extraño, como animalito abandonado sin dueño y sin amparo.
Pero no estoy dispuesto a sucumbir a esas sensaciones extrañas, siempre me ha gustado revivir los recuerdos y quizá de eso se aproveche la nostalgia que hoy me inunda. Recordaré las cosas bellas que me han ocurrido y con ellas conseguiré vencer a esa morriña extraña.
Vicente José Gil Herrera