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NOCHE CORTA Y FUGAZ.

 

Creo que todos sin excepción, guardamos fantasmas dentro del alma. O quizá fuera mejor referirse a duendecillos que pululan por nuestra mente. Unos jocosos y alegres, otros tristes y melancólicos. Que en ocasiones, en una duermevela extraña, deciden ponerse a jugar y nos despiertan recuerdos.

 

NOCHE CORTA Y FUGAZ.

Que corta es la noche cuando me intento dormir, y por mi amplia ventana entra la luz de la luna, las cristaleras no impiden entrar el albor espectral y ni siquiera lo intento, con las cortinas abiertas dejo que llegue hasta mí. Habitación en penumbras, con una luz plateada reflejada en los objetos, que se tornan irreales. Como fantasmas recuerdos, que acudiendo en tropel, me obligan a estar despierto. Travesuras de mi infancia, de aquellos momentos bellos que no comprendía la vida y casi todo eran juegos. Instantes de juventud que van pasando cual vuelo, que me inunda de recuerdos, alegres, tristes, jocosos, de necedades, locuras, incluso de hambre y miedo. ¡Pero qué bellos recuerdos! ¡Qué cantidad de momentos! ¡Pasaron muchos de mil!  Luego desfilaron los años, Iba sentando los sesos, o al menos lo parecía para aquel que me observaba sin ver la procesión que me corría por dentro. ¡Vivía!  Asumía enormes riesgos, como no tomaba alcohol, gozaba con embriagarme entre peligros y amor. Disfrute amores bellos, rebosantes de ilusión, de sueños con los futuros, de mujeres que me amaban y a las que mucho amé yo. Sufrí con un corazón sangrante, cuando por mala cabeza esos amores perdí. Y pienso que era culpa mía. Fueron muchos los amores que en esos tiempos perdí, y si uno falla en ciento y las otras solo en uno, entonces debo pensar que el que fracasa soy yo. El eterno enamorado, de mujeres, de poesía, de canciones, de las flores, de las montañas, los ríos, de todo lo que veía me inundaba el corazón y deslumbraba mi mente que luchaba por vivir. Callado, silente por experiencias que desde infante viví, acostumbrado a callar, yo nunca hablaba de mí, mis penas, mis desengaños todas quedaban guardadas en ese baúl extraño que le llaman corazón, ni siquiera en el decir que estaba sintiendo daño en ese tierno sentir que yo guardaba escondido y tan solo para mí, con una coraza puesta que ocultaba que sentía desengaños y tristezas, a veces por tonterías, cosas nimias, que al final alcanzaban a llenar el vaso de tolerancia. Y ellas no comprendían que poco a poco mi alma, se iba sintiendo triste y que tenía que huir. Fantasmas que con la luna se despiertan esta noche y me hacen recordar. ¿Remordimientos? No tengo, pues siempre intenté tratar como quise para mí. ¿Tristeza? Sí, un poco, porque tal vez sin quererlo en sus vidas incidí, quizá pude entristecerlas, quizá hacerlas feliz. Pero al final, casi al Alba, todo comienza a cambiar. Acuden a mi memoria todos los recuerdos bellos que en esta vida viví. Luego me quedé dormido, sonriente, extasiado de tanto como viví, fueron tan bellos amores, extraordinarios momentos, sensaciones prodigiosas, que consiguieron borrar aquello que yo sufrí, y comprendí que la vida es inmensa mezcolanza de sentimientos sin fin, que aunque encontrados y opuestos van conformando el vivir. Al poco, la luz del sol, penetro por mi ventana y aquellos rayos dorados me inundaron de calor. Me levante muy cansado, más sin ganas de dormir. Quizá fuera por el miedo a fantasmas revivir.

Vicente José Gil Herrera.

 

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