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Río Canaguá.

Escrito para una mujer que fue una persona muy importante en mi vida, y que tengo la suerte, el honor y el placer de conservar como una gran amiga.

Río Canaguá.

 

Hebras de plata que pasan con murmullo turbulento y reflejos escarlatas, caminos de vientos y sueños que la tarde nos contrasta con sensaciones del alma. La bravura de las aguas cuando acarician las ramas, enfrentada ante la calma. El viento lame suave, mientras que el sol acaricia, y va muriendo la tarde con rumores de la brisa impregnados de follaje. En el recodo del río el sol refleja romances que chispean en silencio, como si fueran diamantes. Los reflejos de los verdes, las arenas, manantiales con los cantos de los cielos, cuando los surcan las aves. El palpitar de dos cuerpos, las sonrisas y el silencio, un disco de oro en el cielo que recordando a la efigie de una ninfa del ensueño nos dice de sentimientos, que despiertan en silencio, que viven y están despiertos, que mueren sin haber muerto. Que en tanta vida profunda nada que existe está muerto, y cual arena es arrastrada, se arrastran los sentimientos y a veces se están cantando, aunque se guarde silencio. Cuando las manos se juntan siempre se paren mil versos. Que aunque se quieran secretos, la vida va y los promulga. Y cuando muere la tarde, cuando los astros se ocultan, cuando ya muere la brisa y cantan coros de ranas que se ocultan en las sombras, mientras las noches se pueblan de voladores sin calma. El pensamiento se pierde en lo profundo del alma, mientras que el rostro en silencio va reflejando la calma.

Vicente José Gil Herrera

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