Sé que he sido, soy y seré romántico por naturaleza. Y ni puedo, ni quiero evitarlo. A lo largo de mi vida, me ha dado momentos terribles y hermosos, que me han hecho vivir con una intensidad incomparable. Por lo general, intento desechar los tristes o amargos, o al menos mitigarlos, ya que se podrían comportar como la piedra en el zapato de un caminante. Pero en ese momento en que se producen, mi desahogo siempre ha sido escribirlos. Es como si pudiera vaciar la jarra que está apunto de rebosar, y prepararla para recibir más. Esta poesía, pertenece a uno de esos momentos en que se había roto un amor muy importante para mí. Pero hoy, al recordarla, después de décadas, puedo asegurarles que me recuerda aquel amor con ternura y unos ciertos cosquilleos en el alma.
TRISTEZAS.
Cantaba aquel pajarillo con un canto tan extraño,
que casi hacia llorar de la congoja profunda que llevaba su cantar.
Yo lo escuchaba en silencio, sin saber que debía hacer,
Hasta pensar que mi pena, era la misma de él.
Entonces con la tristeza atenazando mi voz,
comencé aquel triste canto como si fuera tenor
mientras cantaba las penas que llevo en el corazón.
El pajarillo calló, me miraba con tristeza,
a la vez que su cabeza iba buscando mi voz.
Al poco alzó su vuelo, y pensando que se iba
por quedar sin auditorio, guardó silencio mi voz.
En una rama cercana el pajarillo posó,
entonando el triste canto que poco antes dejó,
pareciendo que contara su triste pena de amor
en la soledad distante de aquello que un día amó.
Mis ojos se humedecieron, quebrándose más mi voz
y con dolor en el alma yo le canté una canción.
Me miró con desparpajo, alzó hacia el cielo su pico
y con ademán altanero de nuevo el vuelo emprendió.
Comprendió que esa mi pena le resultaba mayor
y pensó que era mentira, o que era superior
y no queriendo tristezas que otro pudiera contar
también solo me dejó, para sentir en silencio
la profunda soledad en que sumen anhelos
cuando solitario estas y nadie puede escuchar.